Habían pasado casi tres años desde que en la colombiana ciudad de Bogotá un cartel anunciara a Luis Miguel Dominguín, que tan solo contaba con quince años de edad, con cuatreños de la ganadería de Montero para recibir un simulacro de alternativa por parte de Domingo Ortega, torero apoderado por el patriarca de la familia.
La precocidad a la hora de aprender el oficio y la facilidad innata del pequeño de los Lucas, le había convertido en un ídolo en los países taurinos de Sudamérica y sus campañas de novillero en España desde aquel día del invierno del 41 hasta la fecha de su alternativa real el 2 de agosto de 1944 en La Coruña estuvieron repletas de éxito.
La afición gallega acudió hasta llenar la plaza de toros, Domingo Ortega y Domingo Dominguín, hermano mayor del toricantano, fueron padrino y testigo de la ceremonia en la que esta vez sí, se convertiría en matador de toros a todos los efectos Luis Miguel Dominguín.
El encierro elegido para la ocasión llevaba el hierro de Samuel Hermanos, unos toros bravos y bien presentados que dieron buen juego y contribuyeron al triunfo de la tarde.
La corrida, asesorada en el palco presidencial por Marcial Lalanda, comenzó con una larga de rodillas que Luis Miguel dio al toro de su doctorado.
Después del intercambio de bártulos, el nuevo matador brindó a su padre y comenzó rodillas en tierra un gran faena culminada con un pinchazo, media estocada y un descabello que le valieron para conseguir un trofeo.
El festejo se fue desarrollando con éxito y tanto Ortega como Domingo Dominguín agradaron a los tendidos con sus faenas,cortando una oreja del segundo el toledano y dando una clamorosa vuelta al ruedo tras fuerte petición el mayor de los hijos de don Domingo Lucas.
Pero fue en el sexto, cuando la tarde alcanzó los niveles de emoción más altos al recibir Luis Miguel de nuevo con una apretadísima larga afarolada al que cerraba plaza, siguieron unas verónicas que pusieron los tendidos en pie e hicieron parar la lidia para que el torero recogiera desde los medios una prolongada ovación.
Banderilleó el matador al toro y después de un emotivo brindis a su padrino de alternativa, realizó una faena de muleta donde los adornos sobresalieron por encima del toreo en redondo.
Una media estocada y tres descabellos no impidieron que el palco le concedida una oreja pedida con fuerza por el graderío.
La salida a hombros puso la guinda a un triunfal debut, el primer éxito como matador de toros de un espada que tendría mucho que decir desde ese momento en la Fiesta, aunque por aquel entonces ya muchos sabían de la personalidad y las formas del pequeño de los Dominguín.